Imagen: Indiana Jones y la última cruzada

La leyenda del innovador que no innovaba

Cuenta la leyenda que en aquel tiempo, una nueva estirpe de innovadores crecieron en el planeta Tierra.

De mente abierta y corazón valiente, su sola presencia era más que suficiente para que gobernantes de todo el mundo soñaran esperanzados con un futuro mejor.

Algunos se unían en pequeños grupos aislados de los grandes bloques de poder, buscando con ilusión, pasión y poca aversión al riesgo, la llave mágica que les abriría la puerta de la tranquilidad y el reconocimiento. Eran rápidos y ágiles, aunque siempre vivían bajo el duro yugo de una más que probable muerte por inanición. Los llamaban los Startups.

Frente a ellos, innumerables hordas competían día a día, con la fuerza y empuje que les otorgaba formar parte de un grupo mucho más numeroso. Eran tan poderosos como conservadores, y costaba ponerlos en marcha o hacerlos cambiar de dirección. Pero una vez lo hacían, su inercia era capaz de aplastar a cualquier loco que se pusiera en su camino. Eran conocidos como los Corporate.

A pesar de haber crecido en distintas tierras, todos ellos luchaban por un mismo objetivo.

Encontrar y ejecutar algún día una idea, que al igual que el Santo Grial, les permitiera alcanzar la inmortalidad de sus negocios y empresas a través de un crecimiento sostenido y exponencial.

Y así un día tras otro, Startups y Corporates de todo el mundo, dedicaban tiempo y esfuerzo persiguiendo esa gran obsesión, esa gran idea.

Los más antiguos se reunían en largas sesiones en las que debatían sin parar lanzando propuestas al viento. En más de una ocasión aquellos encuentros acababan en intensos dolores de cabeza. Por eso dice la leyenda que todos coincidieron en llamarlas BrainStormings.

Otros, los Designers o Thinkers, imitando las viejas costumbres de sus ancestros, utilizaban la pintura, bloques de construcción de mil colores y otras técnicas más sofisticadas, tratando de encontrar de manera creativa, el tesoro que se escondía en el laberinto de sus mentes.

Algunos incluso estaban convencidos de que jugar era la clave para resolver el enigma, y bajo el nombre de Gamifiers, aplicaban elementos propios de los juegos en busca de su misión.

Por muy sabios que fueran, todos ellos valoraban el conocimiento de los demás. Tanto que no era raro que entre todos los miembros de la comunidad sometieran sus conclusiones a votación.  Trataban de obtener más información sobre cuál de sus ideas tenía más posibilidades de triunfar.

No son pocos los cuentos que han llegado a nuestro tiempo, narrando las aventuras y desventuras de Startups y Corporates que tras mil y una batallas consiguieron su ansiado final feliz.

Fueron un selecto grupo que además de encontrar una idea, tuvo la determinación de construirla con agilidad, esfuerzo y pasión, ejecutarla con precisión, y adaptarla con sabiduría y humildad.

A pesar de que como es sabido, la gran mayoría de los que lo intentaron fracasó.

Y es que cuenta la leyenda que en aquel tiempo, cuando mayor era el espectáculo de lucha y creatividad, una plaga letal arraigó en los corazones de Startups y Corporates. Un virus mortal cargado de auto-complacencia, capaz de actuar directamente en el sistema nervioso central de los protagonistas de nuestra historia.

Los efectos eran demoledores, ya que limitaba su capacidad de actuación y movimiento, quedando varados en un bucle infinito en busca de la idea perfecta.

Algunos incluso, bajo la influencia de una poderosa toxina, caían en un conjuro casi mágico que les hacía enamorarse localmente de sus ideas, dejando de lado cualquier posibilidad de ejecución e innovación real.

Los llamaban los innovadores que no innovaban.

Una estirpe prometedora, capaz de generar grandes ideas que nunca llegarían a materializarse porque nunca se ejecutaban.

Durante muchos años, científicos e historiadores analizaron el origen de tan cruenta plaga, tratando de conseguir así una cura definitiva para aquellos que un tiempo atrás, estuvieron predestinados a cambiar el mundo.

Casi todos coincidían en que un preparado a base de un férreo liderazgo, cultura, procesos y herramientas ágiles orientados a la ejecución podían ser definitivos. Si bien esta pócima requería de la implicación y voluntad total del enfermo, para que este fuera sanado.

Muchos fueron los que ofrecieron brebajes infalibles al más puro estilo de vendedor de crece pelo. Si bien no se tardó en constatar, que sobre la fórmula base, en la mayoría de los casos era necesario realizar una adaptación especial para cada enfermo.

Ocurrió en aquel tiempo, y es cierto. Tan cierto como que con el paso de los años, la plaga no solo no se extinguió, sino que se fue haciendo cada vez más fuerte y poderosa llegando intacta hasta nuestros días.

Es lo que cuenta la leyenda. La leyenda del innovador que no innovaba. La leyenda del innovador que nunca ejecutaba.

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